jueves, 25 de agosto de 2011

CLASE 6: PARA AMPLIAR Y PROFUNDIZAR

Una pedagogía de la fe a partir de la dinámica de la conversión

La conversión: proceso fundamental de la iniciación cristiana y de toda la vida cristiana.

Estudiando la pastoral de la Iglesia en sus orígenes nos encontramos ante una verdad capital: la calidad de la vida cristiana exige que quienes desean ser cristianos demuestren un propósito real de conversión. Por eso es necesario estudiar con atención el sentido de la conversión.

La conversión es la realidad central en función de la cual debe ser orientada la Iniciación

Cristiana. Además, la catequesis tendrá por finalidad llevar a la madurez esta conversión transformando la vida, la conducta de la persona de acuerdo con la fe que profesa. La conversión permanecerá, por otra parte, siempre como la característica de toda la vida cristiana. Aún después del bautismo y durante toda la vida, el cristiano deberá morir sin cesar al pecado, a la antigua condición de pecadores y orientarse siempre más hacia el Dios de nuestro Señor Jesucristo.

Cuál es, pues, la naturaleza de este vuelco fundamental de la vida, al cual toda persona es

invitada por Dios?

· La conversión es esencialmente un encuentro personal. San Agustín casi nunca emplea el término “conversión” sin complemento, porque uno no se convierte en abstracto, sino a alguien, y ese Alguien a quien nos adherimos y en quien confiamos es Dios; no la idea filosófica de Dios, ni la gran fuerza o energía creadoras, sino el Dios vivo y verdadero de Jesucristo, el Dios–amor que nos precede para proponernos su vida en Cristo resucitado. Para un cristiano, convertirse, es convertirse a Jesucristo, es dejar la vida paganizante para seguir a Jesucristo, que es “el camino, la verdad y la vida” que conduce al Padre. Como en el caso de Pablo, convertirse es un encuentro personal con Cristo. No sólo con el Jesús de Nazaret, sino con Cristo resucitado que vive para siempre. Pero no basta el encuentro con Cristo vivo en la Iglesia, es necesario seguirle. Y seguirle consiste, en primer lugar, en escuchar y acoger sus enseñanzas como la Palabra de Dios que da vida. Aún más, es transformar la vida para vivir de ahí en adelante como El vivió y actuar como El actuó.

· La conversión es un don de Dios. Es Dios Padre quien tiene la iniciativa del encuentro. Es Él quien atrae hacia su Hijo. Es Él quien por medio de su Espíritu da la fe. Pero Él respeta de igual manera la libertad humana. No presiona y fuerza la respuesta: cada uno es libre de acoger o rechazar a Cristo. A la llamada de Dios–amor, debe corresponder la respuesta amante de cada persona, libre de toda presión.

· Las consecuencias pastorales son evidentes: la conversión no es algo automático ni una acción mágica. La respuesta al don de Dios, implicada en la conversión, no es sólo verbal: para ser verdadera debe manifestarse en la vida concreta. En el Nuevo Testamento la pregunta típica del verdadero convertido es siempre: “Qué debemos hacer?” (Hech. 2,37). El amor a Dios debe manifestarse en el amor al prójimo, así como la fe viva debe manifestarse a través de la caridad. La consecuencia pastoral es clara: rechazar el automatismo y exigir la autenticidad. Tertuliano, Orígenes, Cirilo de Jerusalén, Agustín han recordado siempre que un candidato mal dispuesto recibe el agua pero no recibe el Espíritu Santo. Es la comunidad la que debe reconocer la autenticidad de la conversión.

· Así pues, la conversión es una respuesta al don de Dios, respuesta auténticamente humana que requiere un cierto tiempo de elaboración, “Fiunt, non nascuntur christiani” decía Tertuliano y Orígenes escribía: “No es lo mismo decir “queremos obedecer” y “nosotros obedecemos”. Porque se requiere tiempo: “como para la curación de las heridas, para la conversión también se requiere tiempo, para que se llegue a una perfecta y pura conversión a Dios”. (Homilia in Jeremiam. V, 10).

· La conversión se da con el apoyo de una comunidad que acompaña y testimonia. ¿En qué consiste la conversión necesaria para el proceso de fe, y en la pedagogía de la fe?

El Objetivo central de la Iniciación Cristiana, es la conversión, “realidad central, en función de la cual se orienta toda ella”. La conversión, obra toda de Dios y respuesta libre de la persona, es un fenómeno complejo. Desde un punto de vista general es un cambio de los principios que rigen la síntesis o la dirección y sentido de nuestra vida.

Uno puede convertirse a diversas religiones o ideologías. La conversión es una especie de nuevo nacimiento, de orientación profunda y decidida de la vida. No es suficiente la información intelectual o la convicción especulativa. Es necesaria una fuerte experiencia.

El convertido adquiere un valor fundamental que se apodera totalmente de sí mismo.

¿Pero qué es la conversión cristiana?

Desde el punto de vista de la psico-sociología, se puede conocer lo que es una conversión, analizando el itinerario de un convertido, las motivaciones y el cambio producido.

¿Cómo se da la conversión?

Podemos indicar algunas constantes:

a) La conversión tiene siempre un carácter histórico: Es provocada por un “acontecimiento” que ayuda al convertido a una toma de conciencia y a tomar una decisión. El convertido siente que algo importante ha tenido lugar, ha acontecido. Lo más decisivo del acontecimiento es la percepción de su significado como algo nuevo: algo ha acontecido, alguien ha entrado en su vida. Entonces nace un proyecto de vida, inmediatamente se desea poner en práctica el proyecto de cambiar de género de vida, de ajustarla al Evangelio, de pertenecer a la comunidad cristiana. Así nace propiamente un nuevo estado de vida.

Por supuesto, lo más importante no reside en el acontecimiento, que puede ser sencillo, sino en el sentido que descubre el sujeto que lo percibe. El acontecimiento es un catalizador que ayuda a una toma seria de conciencia, a un reconocimiento.

b) La conversión es un vuelco interior: un cambio de vida profundo y totalizante. El convertido tiene la impresión de que su conversión ha cristalizado en unos momentos cruciales, a pesar de que haya exigido un período largo de tiempo. No es un fenómeno evolutivo sino revolucionario. La vida del convertido ha cambiado de sentido porque algo importante ha irrumpido en su interior. Algo incubado desde hace tiempo ha emergido a la conciencia. Siente que es reconocido, amado, llamado por Dios.

c) El convertido descubre y se adhiere “a nuevos valores”, compartidos por otras personas o en comunidad.

El itinerario puede ser doble: descubrir los valores cristianos que le conducirán a la comunidad cristiana, o descubrir la comunidad en la que encuentra los valores del Evangelio.

Ordinariamente la conversión cristiana se desarrolla en relación con una comunidad cristiana, ya que la fe es vivida a partir del grupo, por el grupo. Es decisivo para el convertido encontrar una pequeña comunidad con un gran sentido de pertenencia, de adhesión, de cohesión entre sus miembros. Recordemos que pertenece a una comunidad quien se identifica con la misma o quien participa plenamente en ella.

Rescatar el espíritu y la práctica del catecumenado.

La Iniciación cristiana ha estado íntimamente unida e identificada desde la antigüedad cristiana con el proceso del catecumenado como itinerario de educación a la fe con miras al ingreso a comunidad cristiana mediante los sacramentos de iniciación. Como recordábamos, Tertuliano lo denominó “el Noviciado de la vida cristiana”, “tirocinia auditorum”, identificado como ese itinerario progresivo de preparación de quienes se acercaban a la fe y de acompañamiento hasta su ingreso a la comunidad cristiana por medio del bautismo el día de la Pascua.

Hoy asistimos al rescate del catecumenado como espíritu y como institución allí donde se quiere hacer florecer una verdadera iniciación cristiana de jóvenes y adultos. Ya en varios países de fuerte descristianización se ha instaurado el catecumenado. En Francia, por ejemplo, se habla de un número de 20.000 catecúmenos. No pensemos que en Colombia no se esté dando un fenómeno similar, aunque no de esas proporciones.

Es muy importante comprender que el catecumenado antes que ser una institución es una función pastoral de la Iglesia que es esencial y es se hace necesario redescubrir porque compendia y encarna la dinámica y el itinerario de educación de la fe. Con frecuencia se oye decir: aquí no tiene sentido el catecumenado ni se necesita, todo el mundo es bautizado y no hay gente adulta o jóvenes que desee hacerse cristianos. No es tan evidente y no es cierto. Cuando existe y es visible y la gente lo sabe, llegan los candidatos. Es importante que la gente sepa que a cualquier edad puede hacerse cristiano, y que si quiere hacerse, sabe a donde ir, que hay un sitio donde se le acoge, se le ayuda, se le acompaña y puede hacer un camino de preparación seria a la vida cristiana. A veces el Bautismo de adultos es visto como algo negativo, que requieren permisos especiales, como cosa fuera de lo ordinario, como algo complicado en los trámites; negativo porque en la mentalidad de la gente hay el imaginario de que el bautismo es cuestión de niños y a los mayores les da vergüenza que sepan que no se han bautizado o que se van a bautizar en público.

Tenemos que superar esta mentalidad porque la sociedad en que estamos es cada vez más pluralista también desde el punto de vista religioso y es cada vez mayor el número de jóvenes que no han sido bautizados de niños, y ahora, atraídos por Jesucristo, quieren hacerse cristianos y entrar a formar parte de la Iglesia católica.

Tenemos que hacer sentir a todos que el Señor llama a todos: grandes y pequeños, niños, jóvenes y adultos a seguirlo y que la comunidad cristiana experimenta la alegría de acoger y acompañar a todos los que deseen emprender el camino del seguimiento de Jesús y hacer esa opción de vida.

Por todo lo anterior el catecumenado, como noviciado a la vida cristiana, valora y respeta el crecimiento y maduración personal de cada uno en el camino de la fe, sin forzar a nadie a creer pero tampoco sin aceptar a quien no está todavía bien dispuesto a ello, y por eso mismo es un itinerario progresivo, por etapas.

Dado que el objetivo del catecumenado es el nacimiento y crecimiento de la vida nueva en Cristo, ha de durar necesariamente un tiempo prolongado, hasta el momento en que se garantice una fe sincera y que la acción sacramental pueda responder a la realidad de quien aspira ser cristiano, de modo que sea un signo pleno de autenticidad.

La formación catecumenal seria y prolongada, será necesaria para respetar el camino y el ritmo de cada persona hacia Dios, sin prisas por dar lo que todavía no se puede recibir sin las debidas garantías, de la misma manera que Dios mismo respetó la situación del hombre y esperó hasta el momento oportuno para manifestarse en Cristo Jesús, en la plenitud de los tiempos. No en vano los Padres de la Iglesia consideraban el Antiguo Testamento como tiempo de preparación, un “catecumenado” que tuvo que recorrer el pueblo de Israel, para que la humanidad pudiera recibir a Jesucristo. De la misma manera, el catecúmeno se prepara para recibir a Cristo y darlo a conocer con su vida a quienes lo rodean. Por eso el catecumenado es esencialmente una propuesta pastoral para jóvenes y adultos, capaces de entender y acoger en plenitud las exigencias de la fe.

CLASE 6: Un nuevo modelo de Iniciación Cristiana


Un nuevo modelo: el kaino-catecumenal
Anhelos de restauración de la unidad de la iniciación cristiana.
El diálogo ecuménico y la unidad de la iniciación cristiana.

Un nuevo modelo: el kaino-catecumenal

Nos propone el P. Esparafita:

Desde mediados del siglo XX[1] se abrirá paso un período de restauración y renovación en el campo de la iniciación cristiana que alcanzará su máxima expresión en el Concilio Vaticano II y su magisterio postconciliar. El movimiento litúrgico, frente al malestar por el «deplorable estado de las cosas heredado del pasado» en el campo de la iniciación cristiana y la necesidad de revisar a fondo su organización, promueve un conocimiento mejor de la tradición y de las fuentes[2]. Se extiende el uso de la lengua materna en los rituales. La Sagrada Congregación para los Sacramentos, en 1952, ante una consulta realizada se expide a favor del orden tradicional de los sacramentos de la iniciación cristiana. Tanto en los países de misión como en los de la cristiandad, se recuperó el catecumenado antiguo por etapas en el caso de los adultos que pedían entrar en la Iglesia. En la sesión internacional de estudios litúrgicos –Monserrat, 1958–, se recogen todas estas iniciativas e inquietudes y se elaboran pistas posibles para una reforma de los sacramentos de la iniciación cristiana, particularmente del bautismo.

Las comunidades cristianas no católicas van realizando simultáneamente, por su parte, una revisión de sus ritos de iniciación. Pero los intentos de unificación han resultado inconclusos por la divergencia de concepción entre las distintas comunidades cristianas, particularmente en lo que se refiere a la Confirmación.

En el seno de la Iglesia Católica occidental también se producen discrepancias que afectan la comprensión misma de la naturaleza del sacramento. Se podrían tipificar dos mentalidades: una que contempla y acentúa la acción de Dios en el sacramento y otra que insiste en la consideración de la necesaria colaboración del sujeto. El resultado pastoral muestra experiencias extremadamente variadas.

El cuestionamiento surgido de los teólogos racionalistas y protestantes liberales que afirmaban que los sacramentos de la iniciación habían surgido por influencia de las religiones mistéricas antiguas, provoca intervenciones del magisterio[3] que condenan semejantes aseveraciones.

A pesar de que las manifestaciones del magisterio siempre han mantenido el orden tradicional de los sacramentos de la iniciación, sin embargo se difunde la práctica de que la primera comunión preceda a la confirmación –y a veces se ha pretendido justificar esta praxis con argumentos históricos y teológicos que a esta altura de nuestra presentación podemos calificar como seleccionados con parcialidad y subjetividad–.

Anhelos de restauración de la unidad de la iniciación cristiana.

El siglo XX ha presenciado amplios debates que permitieron profundizar y avanzar en la teología sacramental. Uno de los aspectos que tornaría dificultosa la celebración de la ini­ciación como es la cuestión del ministro –recordemos que la Confirmación era reservada al obispo–, hallará una profunda innovación en la disciplina tradicional de la Iglesia latina, lle­vada a cabo por Pío XII mediante el decreto Spiritus Sancti munera.[4]

El concilio Vaticano II –y su magisterio posterior– ordena la restauración del catecu­menado así como también la revisión de la liturgia de los sacramentos de la iniciación cris­tiana;[5] en una marcada voluntad ecuménica llama al obispo ministro «originario»[6] de la confirmación y restaura plenamente la disciplina que rige entre los orientales referente a los presbíteros como ministros de la confirmación.[7] Como fruto de las decisiones conciliares se autoriza oficialmente el uso de la lengua vulgar en la totalidad de los ritos de bautismo y con­firmación[8] y aparecen los rituales reformados.[9] En el de la Confirmación, se advierte que «habitualmente [el obispo] mismo administrará el Sacramento, para que de esta manera haya una referencia más manifiesta a la primera efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés. […] Esta recepción del Espíritu Santo mediante el ministerio del Obispo demuestra el vínculo más estrecho que une a los confirmandos con la Iglesia […]. Además de los Obispos, gozan de la facultad de confirmar con el mismo derecho»[10] presbíteros cuyo oficio y circunstancias especifica.[11]

Juan Pablo II profundiza y justifica el rol del obispo, quien «es configurado con Cristo para amar a la Iglesia con el amor de Cristo esposo y para ser en la Iglesia ministro de su uni­dad, esto es, para hacer de ella “un pueblo convocado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”».[12] Desde esta perspectiva afirmará que es el responsable de la iniciación cris­tiana. «Por su propia naturaleza de inserción progresiva en el misterio de Cristo y de la Iglesia, misterio que vive y actúa en cada Iglesia particular, el itinerario de la iniciación cristiana re­quiere la presencia y el ministerio del Obispo diocesano».[13]

La teología anglicana tratando de dilucidar la controversia sobre la identidad de la con­firmación y su relación con el bautismo arribó a la afirmación de la unidad que forman bau­tismo y confirmación y atribuyendo a ambos la comunicación del Espíritu, aunque a cada uno de manera distinta.[14]

Entre los teólogos protestantes se cuestionó la doctrina y praxis bautismales de todas las Iglesias, dando lugar a una profundización de la relación entre fe y bautismo. Estos cues­tionamientos tuvieron como eje central de discusión el bautismo de niños abriendo un amplio debate sobre los fundamentos escriturísticos, históricos, teológicos y doctrinales. Las conclu­siones de estas disputas llevaron a redescubrir los aspectos positivos y a cuestionar seriamente el pesimismo agustiniano de los niños muertos sin bautismo.

«El redescubrimiento y consenso general en torno a la unidad de los tres sacramentos de la iniciación cristiana y a sus mutuas relaciones ha sido ciertamente un hito importante en este camino de renovación que estamos reseñando».[15] Sobre todo, un mejor y más amplio conocimiento de las fuentes bíblicas, patrísticas y litúrgicas, y de las tradiciones de las distin­tas Iglesias, ha contribuido a profundizar el discurso teológico en este campo. La considera­ción histórico–salvífica de la iniciación –dimensión cristocéntrico-trinitaria– ha permitido centrar la atención en la primacía de la acción de Dios por Cristo en el Espíritu Santo en el acontecimiento sacramental. De simple medio para alcanzar la salvación, la iniciación cris­tiana es reconocida como acontecimiento salvífico, comunión con el Misterio Redentor. Al revalorizar su dimensión eclesiológica, la teología vuelve a situar los sacramentos de la inicia­ción en su contexto connatural. El Concilio Vaticano II en sus pronunciamientos doctrinales ha acentuado insistentemente esta dimensión de los sacramentos, particularmente de los de la iniciación cristiana.[16] La dimensión antropológica tomada por la teología del siglo XX en torno a los sacramentos ha permitido considerar una visión más equilibrada en torno a la ac­ción de la gracia: sin abandonar totalmente la perspectiva que miraba todo a través del prisma del pecado original, ha recuperado otra como la «divinización del hombre». Ciertas corrientes teológicas han llamado la atención sobre el compromiso socio–político y las exigencias éticas que comporta la iniciación cristiana.

El diálogo ecuménico y la unidad de la iniciación cristiana.

El diálogo Ecuménico ha sido un factor importante en este proceso de renovación teo­lógica. Nos parece oportuno destacar dos perspectivas.

Por un lado el entendimiento con las Iglesias orientales ortodoxas. Uno de los acuerdos más importantes es el de Bari.[17] En este documento, respecto de los sacramentos de la inicia­ción, se constata la unidad de doctrina y los elementos comunes a ambas confesiones; esto es, la consideración de la iniciación como proceso unitario y la celebración secuencial de sus sacramentos.

Por otro lado el diálogo con las comunidades cristianas no católicas. Desde esta pers­pectiva el Documento de Lima[18] constituye un punto de referencia, donde se señalan convergencias y divergencias entre las Iglesias. Allí se exponen aspectos dogmáticos del bau­tismo en los que abundan las coincidencias y otros temas más conflictivos; respecto de la confirmación no hace más que constatar las diferencias que aún subsisten entre las distintas comunidades.

A modo de simple conclusión podríamos decir que el hecho de la iniciación cristiana es antiguo, es de origen patrístico e incluso apostólico. Sin embargo la noción de iniciación cristiana ha vuelto a aparecer en la reflexión teológica sobre los sacramentos[19] y en los documentos del magisterio,[20] particularmente desde el Concilio Vaticano II.[21]

Podemos concluir esta reflexión acerca de la renovación de la catequesis en clave de Iniciación Cristiana como una Catequesis de la identidad, es decir que debemos concebir la iniciación cristiana como un camino comunitario para crecer en el seguimiento e identificación con el Señor de la Vida.

REZAMOS LO APRENDIDO

Conversión: volver a empezar siempre

¿La conversión es pasajera?, ¿dura sólo un tiempo?, ¿qué pasa con mis desánimos?
El Papa Benedicto XVI nos puede dar una pista:


“Ciertamente, la conversión fundamental es un acto que es para siempre. Pero la realización de la conversión es un acto de vida, que se realiza con paciencia toda la vida. Es un acto en el que no podemos perder la confianza y la valentía del cambio. Precisamente debemos reconocer esto: no podemos hacer de nosotros mismos cristianos perfectos de un momento a otro. Sin embargo, vale la pena ir adelante, ser fieles a la opción fundamental, por decirlo así, y luego continuar con perseverancia en un camino de conversión que a veces se hace difícil. En efecto, puede suceder que venga el desánimo, por lo cual se quiera dejar todo y permanecer en un estado de crisis. No hay que abatirse enseguida, sino que, con valentía, comenzar de nuevo. (22.II.07)


[1] Tomamos como referencia las aportaciones del movimiento litúrgico, particularmente la aparición del ritual bilingüe alemán publicado en el año 1950.

[2] Cf. Oñatibia, Bautismo y Confirmación, 91.

[3] Cf. Decreto Lamentabili, 40-45 et «Censura Summi Pontificis» (DH 3442-3445. 3466-3467).

[4] Según este decreto, pueden confirmar en peligro de muerte, procedente de enfermedad, los párrocos con territorio propio, los vicarios actuales, los ecónomos y los sacerdotes a quienes exclusiva y establemente haya sido encomendada la plena cura de almas, con todos los derechos y deberes de los párrocos (cf. AAS 38 (1946), 349-354).

[5] Cf. SC 64-71.

[6] Cf. LG 26.

[7] «La disciplina referente al ministro de la confirmación, que rige entre los orientales desde los tiempos más antiguos, restáurese plenamente. Así, pues, los presbíteros pueden conferir este sacramento con tal que sea con crisma bendecido por el patriarca o un obispo» (OE 13).

[8] Cf. Instrucción Inter Oecumenici, 61.

[9] El Ordo Baptismi parvulorum, el Ordo initiationis christianae adultorum y el Ordo Confirmationis.

[10] RC 7.

[11] «Los ordinarios han de encomendar dicha función a algunos presbíteros de sus diócesis, a fin de que les ayuden en la administración del mismo, única manera de que los fieles latinos puedan recibirlo antes de la primera comunión, como exige la naturaleza del sacramento» (Mostaza Rodríguez, «El ministro», 190).

[12] PGs 13.

[13] PGs 38.

[14] Cf. Oñatibia, Bautismo y Confirmación, 93-94.

[15] Ibid., 95.

[16] Cf. LG 10-11.14-15.33; PO 5; AG 13-14; UR 6.22.

[17] Nos permitimos recordar su título «Fe, sacramentos y unidad de la iglesia», citado en otras oportunidades en nuestro trabajo como Bari.

[18] Citado por nosotros como BEM.

[19] La mayoría de los autores que abordan el estudio de la iniciación cristiana (cf. Oñatibia, Bautismo y confirmación) –sea desde la teología dogmática, litúrgica, pastoral– coinciden en señalar que quien utiliza este concepto poniéndolo nuevamente en circulación es Duchesne, (cf. Duchesne, L., Origines du culte chrétien, París: Albert Fontemoing 1889, 292).

[20] Aparece oficialmente en el Directorio para la pastoral de los sacramentos del episcopado francés en 1951.

[21] Cf. SC 65, 71; AG 14; PO 2; RICA, RB y RC, passim; CIC 788 §2, 842 §2, 851 §1, 872, 879, 920 §1; CEC 695, 1211, 1229, 1230, 1232, 1233, 1285, 1289, 1322, 1420. EA 9, 34-35, 41, 66; PGs 38. NMA 73, 92.

CLASE 5: PARA AMPLIAR Y PROFUNDIZAR

Iniciación y piedad popular (experiencia del santuario)

La religiosidad popular más que un espacio para la iniciación cristiana debe ser considerada una ocasión para incentivar su consumación[1].

“La piedad popular es un imprescindible punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”[2]. La catequesis mistagógica puede ser un procedimiento apto para el crecimiento y profundización de la fe que se expresa en la piedad popular.[3]

El documento de Aparecida nos aporta algunas notas sobre la religiosidad popular que debemos tener en cuenta para nuestros itinerarios de Iniciación Cristiana:

…“ La “religión del pueblo latinoamericano es expresión de la fe católica. Es un

catolicismo popular”150, profundamente inculturado, que contiene la dimensión más valiosa de la

cultura latinoamericana.

Entre las expresiones de esta espiritualidad se cuentan: las fiestas patronales, las novenas, los

rosarios y via crucis, las procesiones, las danzas y los cánticos del folclore religioso, el cariño a

los santos y a los ángeles, las promesas, las oraciones en familia. Destacamos las peregrinaciones,

donde se puede reconocer al Pueblo de Dios en camino. Allí el creyente celebra el gozo de

sentirse inmerso en medio de tantos hermanos, caminando juntos hacia Dios que los espera.

Cristo mismo se hace peregrino, y camina resucitado entre los pobres. La decisión de partir hacia

el santuario ya es una confesión de fe, el caminar es un verdadero canto de esperanza, y la llegada

es un encuentro de amor. La mirada del peregrino se deposita sobre una imagen que simboliza la

ternura y la cercanía de Dios. El amor se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio.

También se conmueve, derramando toda la carga de su dolor y de sus sueños. La súplica sincera,

que fluye confiadamente, es la mejor expresión de un corazón que ha renunciado a la autosuficiencia, reconociendo que solo nada puede. Un breve instante condensa una viva experiencia espiritual151.

Allí, el peregrino vive la experiencia de un misterio que lo supera, no sólo de la trascendencia de

Dios, sino también de la Iglesia, que trasciende su familia y su barrio. En los santuarios muchos

peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias de

conversión, de perdón y de dones recibidos que millones podrían contar. “

La piedad popular penetra delicadamente la existencia personal de cada fiel y aunque también se vive en una multitud, no es una “espiritualidad de masas”. En distintos momentos de la lucha

cotidiana, muchos recurren a algún pequeño signo del amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende para acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre lágrimas, una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al Cielo en medio de una sencilla alegría.

Es verdad que la fe que se encarnó en la cultura puede ser profundizada y penetrar cada vez mejor la forma de vivir de nuestros pueblos. Pero eso sólo puede suceder si valoramos positivamente lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado. La piedad popular es un “imprescindible

punto de partida para conseguir que la fe del pueblo madure y se haga más fecunda”152. Por eso, el discípulo misionero tiene que ser “sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables”153. Cuando afirmamos que hay que evangelizarla o purificarla, no queremos decir que esté privada de riqueza evangélica. Simplemente deseamos que todos los miembros del pueblo fiel, reconociendo el testimonio de María y también de los santos, traten de imitarles cada día más. Así procurarán un contacto más directo con la Biblia y una mayor participación en los sacramentos, llegarán a disfrutar de la celebración dominical de la Eucaristía, y vivirán mejor todavía el servicio del amor solidario. Por este camino se podrá aprovechar todavía más el rico potencial de santidad y de justicia social que encierra la mística popular.

La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia,

una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América profunda. Es parte de una “originalidad histórica cultural”154 de los pobres de este continente, y

fruto de “una síntesis entre las culturas y la fe cristiana”155. En el ambiente de secularización que

viven nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe. El caminar juntos hacia los santuarios y el participar

n otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y

cumple la vocación misionera de la Iglesia.” (APA 258-264)

Notas de la cultura actual que dificultan la iniciación cristiana. Aparecida y su aporte sobre la IC

Dicen nuestros Pastores: [4]

En Aparecida los obispos latinoamericanos han insistido en esta renovación y particularmente la reclamaron en su servicio a la iniciación cristiana: “Asumir esta iniciación cristiana exige no sólo una renovación de modalidad catequística de la parroquia. Proponemos que el proceso catequístico formativo adoptado por la Iglesia para la iniciación cristiana sea asumido en todo el Continente como la manera ordinaria e indispensable de introducir en la vida cristiana, y como la catequesis básica y fundamental. Después, vendrá la catequesis permanente que continúa el proceso de maduración en la fe, en la que se debe incorporar un discernimiento vocacional y la iluminación para proyectos personales de vida”[5].

Tal renovación requerida exige por un lado la conversión personal de nuestras comunidades –lo cual implicará pasar de una catequesis de mera conservación a una catequesis decididamente misionera, kerygmática-[6], y por otro la contemplación del catecumenado bautismal como paradigma fundamental que ha de animar todo el proceso catequístico de iniciación cristiana[7].

Una necesidad urgente.

El documento de Aparecida nos habla de la urgente necesidad de una conversión pastoral para poder responder a esta tarea evangelizadora misionera[8].

Entre las Acciones destacadas a las que se refiere Navega Mar Adentro recordamos aquí la segunda: “Acompañar a todos los bautizados hacia el pleno encuentro con Jesucristo”[9]. Toca de lleno la tarea pastoral misionera y catequística, y ante la mirada sobre la realidad eclesial descrita por los obispos en Aparecida, se hace más viva y urgente aquella exhortación del episcopado argentino: “Ante esa realidad de fragilidad espiritual, cada vez más acentuada, tenemos que poner un particular empeño para que, mediante un vigoroso anuncio del Evangelio, ningún bautizado quede sin completar su iniciación cristiana, facilitando la preparación y el acceso a los sacramentos de la Confirmación, la Reconciliación y la Eucaristía (...) Todos los esfuerzos, mediante la implementación del itinerario catequístico permanente y el asiduo recurso al Catecismo de la Iglesia Católica, han de dirigirse a una renovación de la catequesis para que cada uno de los bautizados experimente cada vez más la presencia y cercanía de Cristo vivo en su Iglesia en la participación en el Sacrificio eucarístico”[10].

Atentos a este urgido e insistente consejo de conversión pastoral y catequística nos proponemos en los capítulos siguientes “ofrecer una modalidad operativa de iniciación cristiana que, además de marcar el qué, dé también elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza”[11].



[1] Cf. DA,300.

[2] Directorio para la piedad popular y la Liturgia, 64. Sda. Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

[3] LRCIC, Lineamientos parte V

[4] LRCIC, Lineamientos parte V

[5] DA, 294.

[6] DA, 370.

[7] DGC, 90.W

[8] Cf. DA, 365-370.

[9] NMA, 90.

[10] Id. 92. Los resaltados son nuestros.

[11] DA, 287.