jueves, 25 de agosto de 2011

CLASE 3: PARA AMPLIAR Y PROFUNDIZAR

PARA AMPLIAR Y PROFUNDIZAR

Una mirada a la historia

Nos dice el P. Fabián Esparafita en su tesis de Licenciatura: [1]

«Si bien la expresión Iniciación Cristiana no es usada en todo el Nuevo Testamento, sin embargo aparece referido el proceso por el cual quienes tienen cierta inquietud por el misterio del Señor Jesús, van asumiendo para sí el proyecto de esta Vida Nueva que Él propone, se transforman interiormente por la conversión y la fe, y se incorporan y participan plenamente del misterio de Cristo y de su Iglesia.

Ante la predicación de Pedro en Pentecostés, aquellos visitantes procedentes de todas partes, conmovidos por sus palabras preguntan «¿qué debemos hacer?» a lo cual Pedro res­pondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean per­donados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo», y advierte quien nos predica aquel acontecimiento que «los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil» e inmediatamente después se nos relata la vida habitual de aquellos discípulos en la que «todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. [...]Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse».[2]

En el proceso de iniciación las comunidades, si bien irán recogiendo elementos, signos o gestos rituales, de otros cultos, ya paganos, ya procedentes del judaísmo, sin embargo éstas los irán transformando de tal modo que no serán una simple representación sino memorial del misterio evocado.

Podríamos decir que la comprensión que la Iglesia primitiva tiene del mandato misio­nero de Jesús,[3] se expresa en la predicación de Pedro en Pentecostés, donde traduce aquel mandato como llamada a la conversión e invitación al bautismo para participar de la Vida Nueva que Jesús ofrece.[4] Hechos de los Apóstoles recoge y anuncia numerosos acontecimien­tos en los que la Iglesia primitiva vivía este proceso de iniciación.[5] En el caso de Pablo, el concepto bautismo, incluye varios ritos y todos los efectos que están involucrados en el proceso de iniciación.[6]

Aquel mandato de Jesús había sido dirigido a los Apóstoles, y conforme a los testimo­nios neotestamentarios en distintas oportunidades lo realizaron ellos mismos, o bien lo delega­ron o dejaron que otros colaboraran con ellos[7] pero siempre concientes de su propia vocación de «servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios»,[8] «considerados como columnas de la Iglesia».[9]

La iniciación en la época patrística

- Estructura germinal: Escritos apostólicos.

A partir del siglo II, disponemos de una información cada vez más detallada sobre el desarrollo de la iniciación cristiana y sobre su significado. La época de los Padres fue un tiempo de fecunda reflexión teológica. En este tiempo se elaborará una teología de los sacra­mentos de la iniciación cristiana que aún hoy se nos impone como referencia por su inspira­ción bíblica, su perspectiva histórico–salvífica y su profundidad doctrinal.

En la Doctrina de los doce Apóstoles, más reconocida por su nombre griego, la «Didajé», que data de un período en que aún no se había cerrado el ciclo de la revelación,[10] cercana a los escritos paulinos y lucanos, podemos percibir cierta concepción original–origi­nante de la iniciación cristiana con tres momentos claramente señalados que tienen como eje la experiencia sacramental: un período previo, de preparación y enseñanza,[11] la celebración sacramental propiamente dicha,[12] y un período posterior, de convivencia, que se desarrollará hasta la venida del Señor.[13] Aunque sin detalles rituales ni demasiadas estructuras catequísti­cas propiamente dichas, podemos percibir, en la rica vitalidad de los evangelizadores de las primeras comunidades, las bases del proceso iniciador: catecumenado de conversión y cele­bración sacramental son la puerta para la participación en la vida comunitaria.

La Iglesia, fiel al encargo recibido del Señor, predicaba y defendía la fe vivamente «hasta los confines de la tierra»[14] y «cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aque­llos que debían salvarse».[15] La Iglesia, que, en sus inicios, había visto llegar a sus nuevos hijos bajo la guía y garantía de otros cristianos que los habían convertido por su testimonio y que los conocían personalmente, enfrentaría muy pronto un gran desafío ya que, muchas veces quienes acudían a ella, aún en medio de las persecuciones, eran desconocidos y había que examinar su intención. Ante esta situación se planteará un nuevo interrogante, ¿podían ser bautizados con una simple profesión de fe, como había hecho Felipe con el eunuco etíope o sería mejor disuadirlos hasta conocer la rectitud de su interés? Tal cuestionamiento estaba jus­tificado, por un lado, por el peligro de apostasías surgentes de las persecuciones cada vez más violentas y, por otro, de las herejías que empezaban a aflorar. ¿No habría que reservar la gracia del bautismo para quienes supieran defenderla ante cualquier tentación de apostasía o preser­varla de cualquier herejía? Los pastores de aquellas comunidades buscaron, a través de sus homilías o catequesis facilitar una recta interpretación del misterio redentor y garantizar así, la unidad de la fe. Pero no bastaba con procurar la unidad y rectitud de la fe, era preciso también apretar los lazos que unían a los cristianos entre sí y a la Iglesia, y luego, mediante una elec­ción más atenta, mediante una preparación más cuidadosa, garantizar al máximo posible la constancia de cuantos se presentaban al bautismo. Se propusieron, entonces, acompañar el proceso de conversión de aquellos que provenían de los más diversos rincones del mundo, de las más diversas expresiones religiosas tanto judías como paganas. No obstante el escaso nú­mero de fuentes[16] de estos primeros siglos se puede, sin embargo, bosquejar, no sin dejar de reconocer las diferencias por demás considerables de unas iglesias a otras o de un grupo de comunidades a otro grupo, aquel diseño original que se sostendrá y alcanzará su máximo desa­rrollo y esplendor en los siglos siguientes…

…Claramente puede observarse cómo la iniciación cristiana es concebida y vivida como un proceso unitario en el que se distinguen momentos, vinculados secuencialmente entre si. Al catecumenado, tiempo de preparación de los catecúmenos, le sigue la celebración sacramental en la que se reconocen en primer lugar el bautismo –auténtico baño de purificación que se recibe invo­cando a la Trinidad–, en segundo lugar una unción, vinculada con una imposición de manos y una signación, realizadas por el obispo, auténtico sucesor de los apóstoles, y la primera parti­cipación en la celebración eucarística; todo lo cual lo dispone para compartir activamente la vida comunitaria…

- Época de oro del modelo catecumenal.

El período que va desde el siglo IV al VII, a la vez que se lo considera la edad de oro de la patrística, podríamos llamarlo la edad de oro de la teología de la iniciación cristiana.

Por el año 313 finalizan las persecuciones religiosas y se inaugura para los cristianos un período de libertad en el que podrá desarrollarse la vida sacramental, lo que favorecerá el enriquecimiento de la liturgia y una mayor profundización en la reflexión teológica. Los Pa­dres con su creatividad fecundan el culto en sus comunidades; patrística y liturgia se dan cita en los mismos textos y en los mismos escritores. La paz religiosa posibilitará la libertad de improvisar y componer diversas expresiones rituales de la fe que ahora se vivía con deseo y pública posibilidad de irradiación. Por su parte los pastores, conscientes de su misión, sienten el deber de velar por la integridad de la fe y su expresión en la vida comunitaria, así como por el progreso en su comprensión y su ortodoxia.

El catecumenado en cuanto tal se convierte para esta época, en una institución firme en todas las comunidades. Durante este proceso se distinguen claramente dos etapas, la primera de preparación remota, considerada como catecumenado estricto; la segunda, más inmediata, que disponía a la celebración sacramental. En la primera etapa, cuya duración se extendía por unos tres años y era un tiempo de probación, con sus ritos propios, los catecúmenos, que eran acompañados por los encargados, recibían instrucción catequética e iban corrigiendo desde el evangelio sus criterios de la vida pasada. Una vez aprobados para el bautismo iniciaban la se­gunda etapa. En ésta recibían, los catecúmenos el nombre de elegidos o competentes; y parti­cipaban de una preparación más intensa, no sólo catequética sino también ascética. Si bien el catecumenado terminaba el día de Pascua con la celebración sacramental, podemos decir que éste se prolongaba en una catequesis mistagógica desde la noche de Pascua y durante la oc­tava…

NOTA

La perspectiva histórica se completa con una referencia a los padres griegos y latinos. Si le interesa contar con este texto – omitido en orden a la brevedad de este espacio – lo pueden solicitar por mail a aulaabierta@isca.org.ar

ESTE TEMA NOS INTERPELA

¿Cómo podremos en nuestras comunidades recuperar este estilo catecumenal, adaptándonos a las necesidades del hombre de hoy?

REZAMOS LO APRENDIDO

Leemos el siguiente texto y nos ponemos en oración haciendo memoria agradecida de nuestro bautismo:

“MISTERIO-CELEBRACIÓN-VIDA... ¿Qué queremos decir con "vida"?

San Pablo dice en su carta a los Romanos : "Los exhorto, por la misericordia de Dios a ofrecerse Ustedes mismos como una víctima viva, santa, agradable a Dios. Este es el culto espiritual que deben ofrecer" (Rom. 12,1). El Apóstol nos llama a ofrecer la vida que hemos recibido. Y las celebraciones litúrgicas son el "lugar" para hacerlo, de manera que se produzca un verdadero encuentro entre el Misterio de Dios, que en ellas se manifiesta y actúa, y nuestra vida concreta. Entendida así, la vida que ponemos en las manos de Dios es la que "es y está" en el momento de entrar en la celebración. "Vida" quiere decir, lo que "hoy soy, experimento, sufro" lo que "hoy me angustia y me regocija", lo que "hoy recuerdo de bueno y malo", lo que "hoy me vincula a mis conocidos, a mis seres queridos, a las personas dificultosas, a mi Dios", lo que "hoy proyecto y planeo", etc. La vida que ponemos en la celebración es la de un creyente que busca la voluntad del Padre y sabe que ésta se revela en Jesucristo y se descubre en la docilidad al Espíritu Santo. Además el Misterio de Dios que sale a nuestro encuentro, es justamente la Vida de Cristo en su momento culminante : nada menos que su muerte. Lo que aparentemente es pérdida de vida, es, en Cristo, entrada y ganancia de Vida. De modo que su Muerte y Resurrección, su Misterio Pascual, es el Misterio que entra en contacto profundo, en plena comunión con nuestra vida. Y el ámbito actual y presente de ese encuentro es la celebración litúrgica.”[17]

“En la experiencia y en la incorporación al Misterio Pascual se sintetiza la sustancia de la iniciación cristiana. Ella en efecto, convoca para entrar en la dinámica de tinieblas-luz, de pecado-gracia, de esclavitud-liberación, de muerte-vida, que se va desplegando a través de varios momentos relevantes del proceso catecumenal; la ruptura progresiva con la vida antigua, la renuncia deliberada a todo lo que proviene del maligno y la pública profesión de fe, forman el quicio que precede al baño liberador donde la vida brota de la muerte por el poder del Espíritu. Surgir del baño bautismal es una manera de expresar alegóricamente el inicio de la nueva criatura, que asciende de las regiones de la muerte para vincularse definitivamente, por medio de la vida teologal, al Resucitado, que se convierte desde entonces en el centro de gravedad de la existencia... La vida entera tendrá que estar marcada por la fidelidad a los imperativos derivados de este recíproco intercambio entre la debilidad del hombre y la potencia de Dios, entre el misterio de la libertad humana y el misterio de la gratuidad de Dios, entre el abismo de la pecaminosidad del hombre y el abismo de la misericordia sin límites. El cristiano por eso se sabe consagrado para toda obra buena, habilitado para ser signo de fraternidad y, sobre todo, fortalecido para librar el combate de su fe con esperanza creativa. Es un hombre pascual. “[18]



[1] TIC, Parte I, La evolución histórica

[2] Hch 2, 5-47. (El subrayado es nuestro).

[3] Cf. Mt 28,19-20a.

[4] Cf. Hch 2,38.

[5] Entre ellos destacamos dos: Pedro y Juan son enviados a los samaritanos, bautizados por Felipe, para imponerles las manos y «que descendiera sobre ellos el Espíritu Santo» (cf. Hch 8,12.14-25); una experiencia semejante viven los doce discípulos de Juan el Bautista en Éfeso: habiendo abrazado la fe [habían sido bautizados con “el bautismo de Juan”], después de la «catequesis» de Pablo se hicieron bautizar en el nombre del Señor Jesús. Pablo les impuso las manos, y descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces comenzaron a hablar en distintas lenguas y a profetizar (cf. Hch 19,1-7). Otros acontecimientos, nos remiten a la misma «iniciación en la fe», así había sucedido con el mismo Saulo de Tarso quien será acompañado por Ananías y Bernabé (cf. Hch 9,10-31), como él mismo lo recuerda y predica (cf. Hch 22,16); el centurión Cornelio, su familia y sus amigos con la asistencia de Pedro (cf. Hch 10,1-48); algo similar sucede en Filipos, con Lidia y con el carcelero que custodiaba a Pablo y a Silas, quienes viven un proceso de conversión y son bautizados, en el caso del carcelero, junto con toda su familia (cf. Hch 16,12-15; 25-34); en Corinto, sucede un hecho de características semejantes con Crispo, el jefe de la sinagoga, quien junto con toda su familia y con «muchos habitantes» de Corinto «que habían escuchado a Pablo, abrazaron la fe y se hicieron bautizar» (cf. Hch 18,1-8).

[6] Cf. Ro 6,1-23; Gá. 26-27; 1Co 6,11; 12,13. Y también lo encontramos en aquellas Epístolas de inspiración paulina: Ef 2,12-14; Ti 3,5. Fuera del Corpus Paulino destacamos principalmente Hb 6,2.

[7] Cf. Hch 10,48; 1Co 1,17.

[8] 1Co 4,1.

[9] Gá 2,9.

[10] Advierte Huber que se puede establecer su redacción en torno al año 100 (cf. Huber, S., Los Padres Apostólicos, Buenos Aires: Desclée de Brower 1949, 55).

[11] Cf. Didajé VII, 1b., en Ruiz Bueno, D. Padres Apostólicos, Madrid: BAC 1950.

[12] Cf. Ibid., VII,1-VIII,3; IX,1-X,6.

[13] Cf. Ibid., XI,2-XVI,8.

[14] Hch 1,8.

[15] Ibid., 2,47.

[16] Coinciden en esta opinión Neunheuser y Chavasse (cf. Neunheuser, B., «Bautismo y Confirmación», en Historia de los dogmas, t. IV/2, Madrid: BAC 1974, 23; Chavasse, A., «L’initiation a Rome dans l’antiquité et le Aut. Moyen âge», LO 14 (1951) 13).

[17] De la Exposición del P. Christian Gramlich en “Encuentro de la SAL 2002 – Catequesis y Liturgia

[18] De la Exposición del P. Francisco Merlos Arroyo en “Encuentro DECAT Región cono sur,Chile, Agosto 2002, sobre Ritual de Iniciación Cristiana para Adultos (RICA)

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